sábado, 27 de agosto de 2016

Desarrollo Sostenible, Cambio Global y Ecosistemas

El concepto de desarrollo sostenible es muy amplio y propio de una actividad horizontal. El desarrollo sostenible afecta a muchas áreas: recursos naturales, alimentación, salud, biodiversidad, medio ambiente, recursos energéticos, crecimiento demográfico, etc. Es, sin ninguna duda, un reto del conjunto de la humanidad ya que afecta a su propia supervivencia en la forma en la que actualmente está disfrutando del planeta en el que está alojada.
El informe Brutland de la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo definió en 1987 el desarrollo sostenible como el desarrollo que atiende las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para atender las suyas. Se trata, pues, de hacer uso de los recursos actuales pero haciendo que, los resultados del desarrollo no supongan hipotecas para las generaciones futuras.
Los recursos genéricos a los que se refiere la definición deben concretarse para la Región Iberoamericana. Sin duda, los recursos naturales, la diversidad biológica, el medio ambiente y el patrimonio construido son o afectan a recursos cruciales que es necesario considerar. Así, en la Asamblea del Milenio de las Naciones Unidas (2000), los Jefes de Estado hicieron hincapié en la conservación y la administración del agua, con el fin de proteger nuestro medio ambiente común y, especialmente, “para detener la explotación no sostenible de los recursos hídricos, desarrollando estrategias para el manejo del agua en los niveles regional, nacional y local, que promuevan tanto el acceso equitativo como el abastecimiento adecuado”
Objetivos del Área

·         Promocionar el desarrollo de los recursos naturales y culturales, alimentación, salud, biodiversidad, medio ambiente y recursos energéticos limpios, de forma que se atiendan las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de Iberoamérica. Para conseguir estos objetivos es necesario desarrollar y aplicar estrategias enfocadas al manejo responsable de los recursos naturales en los niveles regionales y locales.

 El hombre del fin del milenio ha adquirido paulatinamente conciencia de que una época termina y por tanto se plantea dos opciones inequívocas: por un lado, continuar con modelos de desarrollo en los que los procesos económicos prevalecen y marcan las líneas de explotación de los recursos y los hábitos de consumo, o -en necesario contraste-, entender que si alguna dictadura debe existir en el próximo siglo es la ambiental -considerada como una dimensión que trasciende su contexto ecológico e integra ámbitos que tradicionalmente se han fragmentado, como lo político, lo social y lo económico. La crisis global y sus saldos de miseria y devastación debe ser entendida como una oportunidad para transitar hacia otro modelo de relación entre los hombres y su ambiente.

Prácticamente para nadie es un secreto que el mundo en el que vivimos enfrenta una serie de problemas ambientales que parecen perfilar una catástrofe: fenómenos de cambio climático comprometen los niveles productivos, la capa de ozono ha sufrido un adelgazamiento alarmante, día a día la biodiversidad mundial disminuye y estamos conduciendo a las pocas especies que utilizamos a patrones de agotamiento genético (sólo 30 del total conocido nos ofrecen el 85% de nuestros alimentos). 

El suelo fértil y la cubierta vegetal pierden terreno. Cada año, por ejemplo, se desertifican 7 millones de hectáreas en el planeta. Eso no es todo: el agua potable es cada vez más escasa y los desechos peligrosos se depositan en lugares inadecuados ocasionando enormes problemas de salud. Sólo en México se producen diariamente 80.000 toneladas de residuos de los cuales se recicla únicamente el 6%.

Estos problemas deben ser ubicados necesariamente dentro de un contexto de crisis global que perfila el fin de una época: los bloques de poder, que dominaron el siglo XX, se han reconstituido dramáticamente; los valores sociales se enfrentan a propuestas (sin duda legítimas) de grupos que tradicionalmente han sido descritos como "minorías"; los modelos de liberalización económica arrojan un saldo brutal de pobreza que, en los países del sur, se ve agravado por un círculo vicioso de miseria y devastación de recursos; en una cantidad preocupante de países han tenido lugar procesos separatistas y las propuestas políticas parecen comprometidas con criterios y ofertas coyunturales de corto plazo que permiten a sus promotores el acceso al poder.

Desde luego, no es la primera vez que el hombre enfrenta procesos críticos. La historia nos arroja muchos ejemplos de civilizaciones esplendorosas que declinaron vertiginosamente. En México, por ejemplo, la civilización maya logró erigirse en un imperio caracterizado por sus notables avances. 

Sin embargo, alrededor del siglo VIII de nuestra era, los mayas que se encontraban en el punto más alto de su desarrollo imperial se eclipsaron misteriosamente. Una de las posibles explicaciones que llevó a esta caída ha sido sugerida por investigadores de la Universidad de Florida que señalan que en esta época se presentó un cambio climático que tuvo como efecto sequías terribles y, en consecuencia, malas cosechas que determinaron la migración de los mayas a otras zonas. 

Evidentemente existen toques de similitud entre ese problema y el que hoy enfrentamos. Pero hay una diferencia esencial: el hombre moderno ya no tiene adonde ir. Esto nos plantea un problema inédito: el de la sobrevivencia. Nunca como ahora el mundo se ha encontrado en un riesgo tal.

Aceptemos para los propósitos de esta presentación que paradigma es un modo social dominante y que el conocimiento, la manera en que se genera y la forma en que percibimos el mundo está determinada por esta estructura (que desde la perspectiva de Kuhn y en el contexto de la evolución del conocimiento científico se modifica por medio de un proceso revolucionario en el que las formas dominantes ya no son satisfactorias). 

Resulta claro que la racionalidad científico-tecnológica se ha erigido sin disputa alguna como la forma en que los hombres validan sus procesos de desarrollo. Un presupuesto esencial de este paradigma es el del ambiente como un sistema que es necesario conocer y dominar en nuestro beneficio. 

La modernidad, entendida como un proceso de racionalización (que no racionalidad) creciente, ha cerrado espacios a formas alternativas de entender la naturaleza. La globalización de este proceso crea una visión en la que el progreso y el desarrollo son fuerzas totalizadoras y los matices culturales son ignorados en el mejor de los casos o aplastados en el peor. La imagen de alguien que no puede entender que las poblaciones indígenas se «niegan a progresar» ilustra esta tendencia.

La década de los sesenta marcó un cambio en la actitud de la sociedad frente a muy diversos asuntos: la ruptura de los jóvenes con formas establecidas, las reivindicaciones femeninas respecto de sus derechos, las crisis estudiantiles y la preocupación creciente por la degradación ambiental fueron sólo algunas muestras. Los espacios tradicionalmente ocupados por especialistas se convirtieron en asuntos de discusión pública. El apocalíptico informe del Club de Roma en 1972 marcó una pauta en la que por primera vez se establecieron las posibles consecuencias ambientales asociadas al crecimiento de las poblaciones y de sus estilos de desarrollo. 

Pese a las (muy válidas) críticas recibidas, el informe abrió una puerta institucional para abordar el problema, y en el mismo año se celebró la Conferencia de Estocolmo para el medio humano en la que representantes de diversos países plantearon asuntos relacionados con los nexos entre el hombre y su ambiente. El camino estaba abierto: la Organización de las Naciones Unidas creó el PNUMA en 1982 y en 1987 la Comisión Brundtland publicó su hoy casi legendario informe en el que patentaba una concepción no muy novedosa pero sí oportuna de desarrollo sostenible.

La versión planteada explícitamente por la Comisión Brundtland define el desarrollo sostenible como aquel que satisface la necesidad de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. 

Pronto las discusiones sobre el desarrollo sostenible se han extendido en muy diversos ámbitos: ¿es un concepto? ¿un paradigma? ¿una utopía? ¿quién y bajo qué criterios define las necesidades? ¿es legítimo pensar transgeneracionalmente cuando no hemos sido capaces de resolver los problemas de nuestras propias generaciones? Este no es el lugar para abundar sobre estas discusiones por lo que aceptaremos, en principio, que el desarrollo sostenible es un proceso en construcción que puede marcar líneas de gestión para desarrollar la ruta hacia un modelo de racionalidad creciente que ponga el énfasis en la importancia de satisfacer las necesidades esenciales de los que menos tienen sin comprometer el equilibrio de los recursos. 

Bajo esta visión la variable económica con sus indicadores de PIB, reservas, etc., se complementa con una variable ambiental en la que los indicadores se refieren al estado de los recursos y con una variable de equidad en la que se destacan indicadores de calidad de vida.
El problema es retador desde muchos puntos de vista ya que implica una serie de cambios esenciales en las formas tradicionales (lineales, economicistas) de desarrollo. En efecto, se requieren transformaciones conceptuales, metodológicas y de valores para internalizar los retos asociados a una transición hacia el desarrollo sostenible. Asimismo, se necesitan formas más democráticas en el ejercicio del poder y mayores posibilidades de participación social. 

Es imprescindible, por otro lado, una sociedad con mayor cultura ambiental que sea capaz de asumir los costos (en términos de hábitos de consumo y uso de la energía) implícitos en el tránsito hacia el desarrollo sostenible. Una estrategia privilegiada es la Educación, en todas sus derivaciones tanto formales como no formales.

La Educación Ambiental (E.A.) tiene sus orígenes en preocupaciones conservacionistas que proponían la inafectabilidad de los recursos y condenaban a un desarrollo cero a los países del sur. Sin embargo, pronto quedó claro que la conservación por sí misma era inaceptable en momentos en que se condenaba la devastación de los recursos por individuos que no tenían otra alternativa de sobrevivencia. En ese contexto, la Educación Ambiental se concibe como una dimensión que debe integrarse en las propuestas educativas dirigidas a la sociedad. La definición de Unesco incluía como algunas de las necesidades de la E.A. las de reconocer valores, aclarar conceptos y fomentar actitudes y aptitudes, con el fin de comprender y apreciar las interrelaciones entre el hombre, la cultura y el medio. 

En 1971 la OEA propone que una de las funciones de la E.A. consista en la enseñanza de juicios de valor y en la necesidad de razonar problemas complejos. Esta idea es complementada por Pedro Cañal en 1981, quien sugiere la necesidad de comprender y enjuiciar las relaciones de interdependencia entre las estructuras de poder, los modos de producción, el medio biofísico y la ideología. 

En 1992 una de las conclusiones del Foro Global es que la E.A. es un proceso de aprendizaje permanente en el que se manifiesta un respeto a todas las formas de vida, y que propone sociedades socialmente justas y ecológicamente equilibradas. Se aprecia ya la influencia que la sustentabilidad del desarrollo ejerce sobre los procesos educativos. Es claro que la E.A. no puede ser concebida como una nueva disciplina que segregue el conocimiento y lo compartimentalice. 

Las diversas variables que juegan un papel en la aparición de problemas ambientales implican la necesaria integración en una dimensión. Diversos autores han discutido sobre la idea de considerar a la E.A. como un eje que permita unir los diversos conocimientos disciplinares. El reto es complejo ya que más allá de su bondad discursiva un sistema transversal de enseñanza debe luchar con inercias disciplinarias que se resisten a la integración. 

Por otro lado, resulta claro que el ejercicio no puede consistir en tomar fragmentos de cada disciplina e integrarlos forzadamente y que la organización del tiempo escolar no contempla la incorporación de esta dimensión y, en consecuencia, no existe un espacio formal para llevar a cabo actividades de E.A. Sin embargo, existen ya propuestas en marcha (como el caso español) en las que dimensiones con un alto contenido en valores se han incluido ya de manera transversal en la enseñanza formal. Habrá que esperar a los resultados que los investigadores educativos arrojen sobre esta estrategia educativa.

Las líneas de acción de la Educación Ambiental son muy diversas: se asume que deben propiciar estrategias preventivas y reorientar patrones de consumo, así como promover la corresponsabilidad y la participación social. En estos procesos se propone la formación de individuos que puedan modificar sus sistemas de valores y que a su vez se inserten en un esquema social de relaciones más solidarias, cooperativas, autónomas y equitativas (este es un buen momento para distinguir la equidad en términos de reconocimiento de relaciones de desigualdad que deben promover un trato diferenciado de estos desiguales). La tolerancia, la pluralidad y el compromiso social son algunos de los valores esenciales que se deberían promover.

Los niveles de intervención en el proceso educativo son también diversos. Por un lado, en el ámbito de la Educación formal existen espacios que no pueden ser desatendidos, como el diseño curricular y la formación y actualización magisterial. Asímismo, se hace necesaria una oferta educativa más amplia en los niveles medio superior y superior. En el caso de la Educación no formal resulta fundamental la caracterización de los diversos espacios recreativos y culturales, el uso de los medios de comunicación, el fomento de la participación social y la vinculación entre los programas de trabajo de las organizaciones no gubernamentales. 

Evidentemente el cabal cumplimiento de estas metas entraña dificultades de muy diversos tipos: quizá la más importante es la percepción, tan extendida en la sociedad, de que un problema ambiental es en realidad un asunto ecológico que puede ser resuelto a través de acciones consignatarias como el no tirar la basura o sembrar un árbol. Este activismo, si bien ha jugado un papel en la sensibilización de la sociedad, no tiene efectos significativos en nuestras pautas culturales debido a la falta de concreción de las acciones propuestas.

Podemos decir que el discurso de la Educación Ambiental ha sido aceptado como «políticamente correcto» y que existen claros consensos en cuanto a que es necesaria su introducción en los espacios de Educación formal. Sin embargo, más allá de esta claridad en lo que debe ser, se encuentra la realidad educativa que se resiste de muchas maneras a aceptar nuevos paradigmas en su estructura. 

El concepto de desarrollo sostenible tiene ya un espacio en el discurso, aunque la lectura de muchos tomadores de decisiones es mecánica y poco comprometida. Por otro lado, existen fuertes inercias en los espacios educativos que funcionan como lastres que sería necesario identificar y modificar para conseguir una nueva propuesta educativa. Veamos algunas de estas inercias:

La inercia ecologista.- Durante mucho tiempo los diseñadores de currículos han planteado (desde luego de manera implícita) que se satisface la necesidad de enseñar ambientalmente impartiendo temas formales de ecología. De esta manera los estudiantes han recibido información exhaustiva sobre ciclos de energía, cadenas alimentarias y relaciones tróficas. Sin embargo, esta información se presenta de manera fragmentaria y sin ningún contexto que le permita al estudiante integrarla en un marco más amplio.

La inercia disciplinaria.- El problema, en este caso, parte de la idea de que un asunto "natural" es un asunto "científico". Por supuesto, dentro de esta tendencia al silogismo, los asuntos del ambiente son problemas que metodológicamente deben ser abordados por las ciencias naturales. Esta visión ha determinado que en los planes y programas de estudio se ubiquen problemas como el de la deforestación dentro de disciplinas que expliquen las consecuencias ecológicas -como la biología-, pero que no discutan las consecuencias sociales o económicas de dicha actividad.

La inercia metodológica.- El cambio hacia un nuevo modelo de desarrollo es un asunto complejo y complejas deben ser las soluciones. Tradicionalmente, en los espacios escolares, se ha seguido una ruta reduccionista en la que los problemas se fragmentan para poder ser analizados. Se habla de métodos universales como el científico y se desdeña la posibilidad de articular una visión sistémica en la que se descubran los diversos elementos que componen un problema.

La inercia consignataria.- Muchas veces, en función de cumplir el programa o de satisfacer algún interés político, los estudiantes son involucrados en campañas periódicas en las que se les indica que ahorren agua o separen la basura que producen. En la mayoría de los casos la actividad emprendida es mecánica y sin ninguna explicación. La diferencia entre estas iniciativas y las órdenes que deben ser cumplidas sin ningún análisis es simplemente de matiz. Los estudiantes frecuentemente no son capaces de determinar cuál es el efecto de su acción y en otros muchos casos no son incorporados al seguimiento. El efecto final (100 árboles sembrados, 200 niños trabajando) se cuantifica en reportes que satisfacen las necesidades burocráticas de los espacios escolares.

La inercia de la evaluación limitada.- Una de las principales líneas implícitas en la Educación Ambiental es la de dar a luz una ética diferente para abordar y concebir los problemas ambientales. Sin embargo, existen grandes limitaciones en los espacios escolares para identificar y evaluar el desarrollo de estos valores. Siguiendo una tradición en la que los criterios de evaluación son un método para "medir" el conocimiento, los maestros argumentan acerca de la «subjetividad» de la tarea de evaluar la educación en valores y la descalifican inmediatamente asignándole espacios no formales de enseñanza.

La inercia del enfoque propedéutico.- Otra de las características de los espacios escolares que bloquea las iniciativas de Educación Ambiental es la de adoptar un enfoque propedéutico en el que los niveles primarios se conciben como un paso para los niveles superiores y, en consecuencia, se diseñan programas "a escala" de los que se aplican en el nivel superior. El conocimiento se concibe como un valor en sí mismo y se ignora el (nada ignorable) hecho de que los niveles de deserción educativa en una gran mayoría de los países iberoamericanos son muy altos. Se hace necesario un esquema básico en el que los valores, las habilidades y las actitudes tengan un lugar dentro de esta obsesión enciclopédica.

La inercia de la asepsia.- Diversos autores consideran que el Estado controla y mediatiza a sus futuros ciudadanos a partir de una selección cuidadosa y aséptica de los contenidos. Más allá de esta visión (que probablemente en algunos países sea exacta y en otros no), resulta claro que introducir elementos de Educación Ambiental para el desarrollo sostenible en los currículos escolares, implica la necesidad de integrar aspectos sociales y políticos. Esta necesidad pugna en muchos casos con no «ideologizar» demasiado la educación. En otro ámbito ocurre algo similar cuando en la escuela se está dispuesto a revisar asuntos de sexualidad desde una perspectiva fisiológica pero no psicológica o social.

La inercia de la localidad y la globalidad.- Existen miles de niños de los países menos desarrollados que saben que las emisiones de clorofluoroalcanos están adelgazando la capa de ozono. Otros muchos saben que existe un fenómeno de cambio climático. Sin embargo, estos hechos -que con frecuencia son los únicos problemas ambientales que conocen- son ajenos a su realidad y están determinados mayoritariamente por otros países. Por otro lado y en notable contraste, hay estudiantes a los que se les plantea que los problemas ambientales de otras regiones no tienen ningún efecto en su propia localidad. De esta manera los problemas se fragmentan nuevamente y queda muy poco claro para los alumnos cuál puede ser su participación.

Estas son sólo algunas de las inercias a vencer. Desde luego el problema constituye todo un reto que tiene que enfrentarse con propuestas imaginativas y viables que permitan una verdadera inserción de lo ambiental en el sistema educativo. De otra manera seguiremos produciendo generaciones de seres angustiados o indiferentes ante los problemas que viven, lo que proyecta un futuro completamente indeseable para todos.

martes, 23 de agosto de 2016

Desarrollo sostenible

Definición de Desarrollo Sostenible o Sustentable
Una de las descripciones originales del desarrollo sostenible se atribuye a la Comisión Brundtland: "El desarrollo sostenible es aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones de satisfacer sus propias necesidades" (Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo. 
Por lo general, se considera que el desarrollo sostenible tiene tres componentes: medio ambiente, sociedad y economía. El bienestar en estas tres áreas está entrelazado, y no es independiente. Por ejemplo, una sociedad saludable y próspera depende de un medio ambiente sano para que le provea de alimentos y recursos, agua potable, y aire limpio para sus ciudadanos. El paradigma de la sostenibilidad rechaza el argumento de que las pérdidas en los ámbitos ambiental y social son consecuencias inevitables y aceptables del desarrollo económico. Por tanto, los autores consideran a la sostenibilidad como un paradigma para pensar en un futuro en el que las consideraciones ambientales, sociales y económicas se balanceen en la búsqueda del desarrollo y una mejor calidad de vida.
Principios del Desarrollo Sostenible
La Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo plantean los siguientes principios para el desarrollo sostenible:
Las personas tienen derecho a una vida saludable y productiva en armonía con la naturaleza.
El desarrollo hoy día no debe socavar las necesidades ambientales y de desarrollo de las generaciones presentes y futuras.
Los países tienen el derecho soberano de explotar sus propios recursos, pero sin causar daños ambientales más allá de sus fronteras.
Las naciones deben desarrollar leyes internacionales para ofrecer compensaciones por el daño que las actividades bajo su control causen en áreas más allá de sus fronteras.
Para lograr el desarrollo sostenible, la protección ambiental debe constituir una parte integral del proceso de desarrollo, y no se puede considerar como un elemento aislado. Es esencial erradicar la pobreza y reducir las disparidades.
Las naciones deberán cooperar para conservar, proteger y restaurar la salud e integridad del ecosistema de la Tierra. Los países desarrollados reconocen la responsabilidad que tienen en la búsqueda internacional del desarrollo sostenible en vista de las presiones que sus sociedades imponen al medio ambiente global y de las tecnologías y recursos financieros que dominan.
Los países deben reducir y eliminar los patrones no sostenibles de producción y consumo, así como promover políticas demográficas apropiadas.
Las cuestiones ambientales se manejan mejor con la participación de todos los ciudadanos interesados. Las naciones deberán facilitar y fomentar la conciencia y participación pública poniendo la información ambiental a disposición de todos.
Los países deberán decretar leyes ambientales efectivas, y desarrollar leyes nacionales sobre las obligaciones legales para con las víctimas de la contaminación y otros daños de carácter ambiental.
Los países deberán cooperar para promover un sistema económico internacional abierto que lleve al crecimiento económico y desarrollo sostenible de todos los países.
Las políticas ambientales no deben utilizarse como un medio injustificado de restringir el comercio internacional.
En principio, el que contamina debe asumir el costo de la contaminación.
Las naciones deberán alertarse unas a otras acerca de desastres naturales o actividades que pudieran tener impactos transfronterizos peligrosos.
El desarrollo sostenible requiere de un mejor entendimiento científico de los problemas. Los países deben compartir conocimientos y tecnologías innovadoras para lograr la meta de la sostenibilidad.
La participación completa de las mujeres es esencial para lograr el desarrollo sostenible. También se necesitan la creatividad, ideales y valor de lajuventud y el conocimiento de los grupos indígenas.
La guerra es inherentemente destructiva del desarrollo sostenible, y las naciones deberán respetar las leyes internacionales que protegen al medio ambiente en tiempos de conflictos armados, y deberán cooperar para que dichas leyes se sigan estableciendo.

La paz, el desarrollo y la protección ambiental son interdependientes e indivisibles.
La Historia de la Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS)
Desde el momento en que el desarrollo sostenible fue aprobado por primera vez en la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1987, se ha explorado también el concepto paralelo de educación para apoyar el desarrollo sostenible. De 1987 a 1992, el concepto de desarrollo sostenible maduró conforme los comités discutían, negociaban, y escribían los 40 capítulos de Programa 21. Las primeras ideas sobre la EDS se capturaron en el Capítulo 36 de Programa 21, "Promoviendo la Educación, Conciencia Pública y Capacitación".
A diferencia de la mayoría de los movimientos educativos, la EDS fue iniciada por gente fuera de la comunidad educativa. De hecho, uno de los principales impulsos a la EDS vino de los foros políticos y económicos internacionales (por ejemplo, las Naciones Unidas, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, la Organización de Estados Americanos). Conforme se discutía y formulaba el concepto de desarrollo sostenible, se hizo aparente que la educación es la clave para la sostenibilidad. En muchos países, la EDS sigue siendo formada por personas que están fuera de la comunidad educativa. En estos casos, las secretarías o ministerios como los de medio ambiente y salud son quienes desarrollan los conceptos y contenidos de la EDS, que luego son impartidos por los docentes.
.- Educación: Promesa y Paradoja
Dos de las principales cuestiones en el diálogo internacional sobre la sostenibilidad son la población y el consumo de recursos. Se piensa que el aumento poblacional y el uso indiscriminado de recursos hacen peligrar la existencia de un futuro sostenible, y la educación se relaciona tanto con la fertilidad como con el consumo de recursos. Educando a las mujeres se reducen las tasas de fertilidad y, por tanto, el crecimiento demográfico. Al reducir sus tasas de fertilidad y la amenaza de una sobrepoblación, un país dado también facilita su avance hacia la sostenibilidad. Lo contrario sucede en la relación entre educación y uso de recursos. Por lo general, la gente con más educación, que tiene mayores ingresos, consume más recursos que la gente con menos educación, que tiende a tener menores ingresos. En este caso, una mayor educación aumenta las amenazas contra la sostenibilidad.
Desafortunadamente, los países con mayores niveles de educación dejan las huellas ecológicas más profundas, es decir, tienen las mayores tasas de consumo per cápita. Este consumo genera la extracción de recursos y procesos de manufactura en todo el mundo. Las cifras publicadas en el Anuario Estadístico y Reporte Mundial sobre Educación, de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), muestran que más del 80% de la población de los Estados Unidos cuenta con algo de educación superior, y que cerca del 25% de sus habitantes tienen un título universitario de nivel licenciatura o ingeniería.
Las estadísticas también muestran que el uso de energía y la generación de desechos per cápita en los Estados Unidos son casi las más altas del mundo. En el caso de los Estados Unidos, más educación no ha dado como resultado una mayor sostenibilidad. Es claro que simplemente dar a la ciudadaníamayores niveles de educación no es suficiente para crear sociedades sostenibles. El reto es elevar los niveles de educación sin crear una demanda cada vez mayor de recursos y bienes de consumo y la consecuente producción de contaminantes. Cumplir con este reto depende de que reorientemos los planes de estudio para abordar la necesidad de una producción y patrones de consumo más sostenibles.
Cada país necesitará examinar sus programas académicos a todos los niveles (por ejemplo, desde preescolar hasta educación superior). Aunque es evidente que es difícil enseñar sobre medio ambiente, economía, o civismo sin conocimientos básicos, también es evidente que simplemente aumentar los conocimientos básicos, en la forma en que actualmente se enseña en la mayoría de los países, no mantendrá a una sociedad sostenible.
2.5.- El Umbral de la Educación y la Sostenibilidad
Considere, por ejemplo, que cuando los niveles educativos están bajos, las economías a menudo se limitan a la extracción de recursos y a la agricultura.
En muchos países, el nivel actual de educación básica es tan bajo que obstruye gravemente las opciones de desarrollo y los planes para un futuro sostenible.
La educación superior es necesaria para crear empleos e industrias que sean "más verdes" (por ejemplo, aquellas con menores impactos ambientales) y más sostenibles.
La relación entre la educación y el desarrollo sostenible es compleja. En general, las investigaciones muestran que la educación básica es clave para la capacidad de un país para desarrollar y lograr metas de sostenibilidad. Los estudios muestran que la educación puede mejorar la productividadagrícola, dar a las mujeres un mejor estatus, reducir las tasas de crecimiento poblacional, mejorar la protección ambiental, y en general aumentar el estándar de vida. Sin embargo, la relación no es lineal. Por ejemplo, el umbral mínimo para una mayor productividad agrícola es de cuatro a seis años de educación. El contar con la habilidad de lectura y escritura y el manejo de los números les permiten a los agricultores adaptarse a nuevos métodos agrícolas, lidiar con el riesgo, y responder a las señales del mercado. Por otro lado, les permite a los agricultores mezclar y aplicar productos químicos (por ejemplo, fertilizantes y pesticidas) siguiendo las instrucciones de los fabricantes, reduciendo así los riesgos para la salud ambiental y humana. La educación básica también ayuda a los agricultores a tomar posesión legal de sus tierras y solicitar créditos a bancos y otras instituciones crediticias. Los efectos que la educación tiene sobre la agricultura son mayores cuando la proporción de mujeres educadas al nivel del umbral es igual a la de hombres.
La educación beneficia a las mujeres en formas que cambian sus vidas. Una mujer educada tiene un estatus más elevado y un mayor sentido de eficacia.
Tiende a casarse más grande y a tener un mayor poder de negociación y éxito en el "mercado matrimonial". También tiene mayor poder en el hogar después del matrimonio. Una mujer educada tiende a desear una familia menos numerosa y busca el cuidado médico necesario para lograrlo. Tiene menos hijos y más sanos. Una mujer educada tiene expectativas educativas y profesionales más altas para sus hijos, tanto hombres como mujeres. La educación cambia profundamente la vida de las mujeres, la manera en que interactúan con la sociedad y su estatus económico. El educar a las mujeres genera vidas más equitativas para ellas y para sus familias y aumenta su capacidad de participar en las decisiones de la comunidad y de trabajar para lograr metas locales de sostenibilidad.
Otro umbral educativo es la educación primaria para las mujeres. Para que se reduzcan las tasas de nacimientos y mejoren la salud y educación de losniños se necesita educación primaria como mínimo. De nueve a doce años de educación son los que se requieren para una mayor productividad industrial.

COMERCIO, MEDIO AMBIENTE Y DESARROLLO SOSTENIBLE

La relación entre el comercio agrícola internacional y la sostenibilidad ambiental será sin duda alguna un importante tema de debate en las negociaciones que se iniciarán en Seattle en noviembre de 1999. Por un lado, existe el deseo de que las cuestiones ambientales se tengan plenamente en cuenta en las políticas comerciales, pero por otro se teme que se utilicen como barreras comerciales.

SOSTENIBILIDAD AMBIENTAL

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) trata de conseguir por todos los medios que la utilización de los recursos naturales para la agricultura, la silvicultura y la pesca sea sostenible para el medio ambiente. Los programas y proyectos de la FAO centrados en la sostenibilidad ambiental son demasiado numerosos para enumerarlos aquí, pero abarcan desde estudios normativos y prestación de asesoramiento sobre políticas hasta actividades con agricultores y comunidades rurales para desarrollar y poner en marcha sistemas de producción sostenibles. El marco de organización de esas actividades es la agricultura y el desarrollo rural sostenibles o ADRS. La FAO ha establecido que la ADRS consiste en:

"... ordenar y conservar la base de recursos naturales y orientar los cambios tecnológicos e institucionales de tal manera que se puedan satisfacer ahora y en el futuro las necesidades humanas de las generaciones actuales y venideras... Ese desarrollo sostenible (de los sectores de la agricultura, la silvicultura y la pesca) permite conservar los recursos de tierra y agua y los recursos genéticos de plantas y animales, no perjudica al medio ambiente, es técnicamente adecuado, económicamente viable y socialmente aceptable."

Uno de los principios del desarrollo sostenible es que los recursos que leguemos a la próxima generación sean al menos tan productivos como los que tenemos ahora.

PROTECCIÓN AMBIENTAL Y COMERCIO

Algunos artículos del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) atañen directamente a las cuestiones ambientales relacionadas con el comercio. El principio de la no discriminación del GATT influye de forma fundamental en la formulación y la aplicación de las políticas ambientales por parte de los miembros de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Por lo que se refiere a las cuestiones ambientales relacionadas con el comercio, el principio de la no discriminación garantiza que las políticas nacionales de protección ambiental no se adopten con miras a establecer discriminaciones arbitrarias entre productos similares de origen extranjero y nacional o entre productos similares importados a distintos asociados comerciales. Así pues, el principio de la no discriminación contribuye a evitar que se utilicen las políticas ambientales como restricciones encubiertas del comercio internacional.
En los acuerdos de la OMC se prevén tipos concretos de medidas de protección ambiental en una serie de lugares, las cuales están sometidas a las siguientes condiciones:
·  Deben ser necesarias para lograr el nivel deseado de protección;
·  No se deben aplicar de manera que constituyan un medio de discriminación arbitrario o injustificable entre los miembros;
·  No se deben utilizar como barreras encubiertas del comercio;
·  Deben estar basadas en métodos científicos de evaluación de riesgos;
·  Deben ser lo menos restrictivas posible para el comercio, estar orientadas a lograr el nivel de protección deseado y tener en cuenta los riesgos relacionados con su incumplimiento;
·  Los miembros deben respetar el principio de la transparencia a la hora de adoptar y aplicar esas medidas;
·  Los miembros deben proporcionar asistencia técnica a otros miembros, en particular a los países en desarrollo y los países menos adelantados, para cumplir esas medidas y poder acceder a los mercados.

TEMAS DE PREOCUPACIÓN PARA LOS PAÍSES EN DESARROLLO

El debate en torno a la liberalización del comercio agrícola y la protección del medio ambiente se complica por el hecho de que las perspectivas de los países desarrollados suelen diferir bastante de las de los países en desarrollo. Algunos temas de preocupación para los países en desarrollo son:

·  El costo que entraña el respeto de las normas especialmente de las que se aplican en los mercados de exportación, ya que, por lo que se refiere al cumplimiento de las medidas ambientales, puede ser superior para los países en desarrollo que para los países desarrollados, lo que les pone en situación de desventaja en cuanto a competitividad.
·  Los procesos y métodos de producción "no relacionados con productos" pueden provocar externalidades negativas para la producción sin que por ello se vea afectada la calidad ni la seguridad del producto final. La OMC permite que sus miembros regulen el comercio sobre la base de las características de los productos, pero prohíbe la discriminación entre los "productos similares" de los miembros. La cuestión es saber si los procesos y métodos de producción (PMP), que no afectan a las características del producto final, esto es, los procesos y métodos de producción no relacionados con productos, pueden constituir la base de una restricción comercial legítima. La cuestión clave, desde el punto de vista de la OMC, es saber si un miembro puede utilizar medidas comerciales para hacer aplicar sus propios requisitos o preferencias ambientales a otros miembros.
·  El etiquetado ecológico consiste en la utilización de etiquetas especiales para indicar que un producto es conforme a determinadas normas ambientales. La cuestión importante para los países en desarrollo es saber si en esas normas están incorporados los PMP no relacionados con productos y si se ajustan plenamente a los principios de la OMC de no discriminación y transparencia. Si los requisitos en materia de etiquetado ecológico no son conformes a los principios de la OMC, cabe la posibilidad de que funcionen como medidas comerciales discriminatorias.
·  El proceso de armonización que lleva a cabo la OMC alienta a los gobiernos a que ajusten las normas nacionales a las establecidas por los expertos internacionales designados. Algunos observadores consideran que el sistema normativo de un país en materia de medio ambiente es parte integrante de su ventaja comparativa y, por lo tanto, estiman que la armonización no es deseable, en particular cuando no hay efectos ambientales transfronterizos relacionados con la cuestión que se esté regulando. A los países en desarrollo les preocupa que la armonización pueda afectar negativamente a su competitividad en los mercados mundiales.

ACUERDOS MULTILATERALES SOBRE EL MEDIO AMBIENTE

Los acuerdos multilaterales sobre el medio ambiente (AME) son considerados el medio más adecuado para tratar los problemas ambientales transfronterizos, ya sea a nivel regional o mundial, porque con las soluciones unilaterales se corre el riesgo de que haya discriminaciones arbitrarias o proteccionismo encubierto. Podrán surgir controversias sobre la compatibilidad de esos acuerdos con las disposiciones establecidas por la OMC si en un AME se exige a sus signatarios que adopten medidas comerciales contra países no signatarios por no respetar los AME. Hasta la fecha, no ha habido impugnaciones jurídicas en el marco de la OMC relacionadas con disposiciones comerciales aplicadas en cumplimiento de un AME, pero siempre pueden surgir tensiones. Existen casos de sanciones comerciales impuestas unilateralmente por motivos ambientales que han sido impugnadas o invalidadas.

De los 200 AME actualmente en vigor, unos 20 contienen disposiciones relativas al comercio. Los que revisten especial importancia para la agricultura son, entre otros, el Protocolo de Montreal relativo a las sustancias que agotan la capa de ozono, la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) y el Convenio sobre la Diversidad Biológica.

El Convenio sobre la Diversidad Biológica entró en vigor en 1993 y hasta la fecha ha sido ratificado por 176 países. El Convenio es un compromiso legalmente vinculante que tiene por objeto garantizar la conservación de la diversidad biológica y la utilización sostenible de los recursos biológicos, así como la distribución equitativa de sus beneficios. La FAO coopera estrechamente con la secretaría del Convenio y está plenamente resuelta a trabajar con todas las Partes en el Convenio en las esferas relacionadas con su mandato.

Para garantizar el logro de los objetivos del Convenio, se establecen amplias categorías de obligaciones, que los Estados Partes deben cumplir: deben establecer normas que rijan el acceso a los recursos biológicos, sistemas en los que se reconozcan los derechos de las comunidades locales, mecanismos que garanticen la transferencia de tecnologías adecuadas y procedimientos seguros para "la transferencia, manipulación y utilización de cualesquiera organismos vivos modificados". Todavía no se ha definido con exactitud la relación entre el Convenio y la OMC, especialmente por lo que se refiere al Acuerdo de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio.

COSTOS AMBIENTALES Y SOCIALES

En una economía de mercado que funcione debidamente, los precios reflejan la escasez relativa de los recursos y las preferencias de los consumidores (con un nivel de ingresos determinado) y sirven para asignar los recursos de forma eficaz entre fines competitivos. Sin embargo, el mercado por sí solo no permite una asignación óptima de los recursos, a menos que los costos y beneficios sociales y privados estén debidamente reflejados en los precios de los productos.

Por lo general los costos y beneficios ambientales -externalidades- no están reflejados en los precios de mercado del sector agrícola. Así pues los "fallos del mercado" pueden dar lugar a modalidades de producción y consumo inadecuadas, a menos que se recurra a una combinación prudente de políticas económicas y ambientales para corregirlos. Al mismo tiempo, los "fallos de las políticas" nacionales, pueden tener consecuencias adversas, que afecten directamente al medio ambiente o distorsionen las señales de los precios y den lugar a una asignación inadecuada de los recursos. La liberalización del comercio puede repercutir en el medio ambiente y la ADRS, en la medida en que provoca cambios importantes en las modalidades de producción y comercio agrícola.

CÓMO PROGRESAR

El proceso de reforma en la agricultura se basa en el entendimiento de que la disminución de las distorsiones causadas por las políticas y los fallos del mercado darán lugar a una asignación más eficiente de los recursos y a modalidades de producción más sostenibles. La liberalización comercial como instrumento, no como objetivo en sí, puede ser un importante mecanismo de apoyo al desarrollo sostenible de la agricultura.