No es suficiente que, el
periodismo en el terreno del medio ambiente, simplemente sólo deba denunciar.
Es preciso hacer un periodismo formativo e informativo, ofrecer al ciudadano
material para su conciencia, pero sobre todo para sus acciones cotidianas. Quizás lo más preocupante en el tratamiento de la
información ambiental sea la atención desmesurada a los sucesos y el olvido
sistemático de los procesos, y esto es algo común a prensa, radio y televisión.
Dicho de otra manera, ha sido frecuente, y todavía lo es, una clara tendencia a
la superficialidad a la hora de tratar informaciones de tipo ambiental. Es
habitual que en estos casos se ponga el acento en cuestiones subalternas de la
información, con descuido de los elementos principales.
Básicamente, esta
intrascendencia se manifiesta en ignorar las conexiones y efectos que
determinados problemas ambientales tienen sobre el medio humano, quedando
reducidos a conflictos más o menos coyunturales y, a veces, hasta anecdóticos. Este
tipo de información superficial, si bien puede impactar en el receptor, no
favorece en él la formación de actitudes positivas hacia el medio ambiente, no
lo implica en los problemas ambientales y, por consiguiente, no lo motiva para
que participe activamente en su resolución.
El
catastrofismo o el sensacionalismo es otra de las fórmulas con las que el
tratamiento de las noticias ambientales suele adornarse. En algunas ocasiones,
cuando desde un medio de comunicación se nos habla del problema de la
disminución de la capa de ozono, se nos ofrecen las últimas y alarmantes
mediciones sobre el cielo antártico, y a continuación se detallan los
catastróficos efectos que sobre la vida en la Tierra tiene el fenómeno.
Estoy
seguro que la lectura que este tipo de información tiene en muchos receptores
es la siguiente: estamos sometidos a un poder exterior a nosotros mismos, casi
sobrenatural, sobre el cual no podemos ejercer ningún control, por lo tanto
solo cabe asombrarnos o angustiarnos pero en ningún caso actuar, porque ¿qué
podemos hacer nosotros?
Igualmente, los medios informativos tienden a
tratar aspectos muy generales de los problemas ambientales, o cuestiones que se
desarrollan lejos del entorno próximo del receptor, con lo que es difícil que
este identifique como "medio ambiente" todo aquello que le rodea de
forma cotidiana. Estoy seguro que, de llevarse a cabo una encuesta, la mayor
parte de los ciudadanos estarían familiarizados con el problema del agujero de
ozono o la deforestación del Amazonas, pero pocos sabrían precisar de qué forma
se gestionan las basuras en su ciudad y que problemas están generando estos
residuos urbanos.
Afortunada, o desgraciadamente, la mayor parte de
los problemas ambientales se manifiestan de forma universal, bien por estar
presentes en numerosos territorios (desertización, contaminación), bien por sus
repercusiones a escala planetaria (deforestación amazónica, efecto invernadero)
o porque en su solución cabe la participación de todos (agujero de ozono). Es
decir, la naturaleza no está en peligro a miles de kilómetros de nuestro hogar,
y si geográficamente se nos presenta a veces así, en su solución no caben
fronteras ni distancia: todos, de una u otra manera, estamos implicados.
Siguiendo
con el tratamiento que recibe la información ambiental en los medios, sorprende
encontrar todavía a quienes consideran las cuestiones ambientales como acient¡ficas
(lo que algunos autores han denominado "tendencia al almanaquismo").
De esta manera, la información ambiental se presenta a veces como una relación
de curiosidades, récords, anécdotas, etc. Recursos que quizás fueran de
utilidad insertados dentro de un modelo informativo más complejo y rico, para humanizarlo,
pero que en sí mismos solo son capaces de ofrecer una visión reduccionista de
estas cuestiones.
Particularmente
en el caso de la TV, y en el de algunas revistas, se tiende a presentar la
naturaleza como un desfile de animales (principalmente aves y mamíferos) y
paisajes, la mayor parte de los cuales reúnen ciertas características de
espectacularidad y escasez. Estos espacios y especies, según el discurso que
nos proponen estos medios, deben ser protegidos por que son bellos y merecen
seguir en la naturaleza para que el hombre pueda gozar de su contemplación. Un
discurso puramente estético y descaradamente antropocéntrico, de fácil
digestión para la audiencia.
En
otras ocasiones, los problemas se tiñen de un sospechoso maniqueísmo, donde hay
defensores de la naturaleza y destructores de la misma, perfectamente
identificados y habitualmente ajenos a nuestro entorno inmediato (cazadores
furtivos en zonas de reservas). Así el receptor puede colocarse, cómodamente,
sin ningún coste, en el bando correcto.
Incluso
cuando la información ambiental incorpora y respeta un cierto rigor científico
(no reñido con su accesibilidad por parte de la mayoría de los receptores) se
suele despreciar la exactitud en cifras, medidas, denominaciones científicas, y
otros datos potencialmente interesantes.
¿Cuántas veces se confunden en los
medios de comunicación Parques Nacionales con Parques Naturales? ¿Cuántos
periodistas consideran que el agujero de ozono y el efecto invernadero son la
misma cosa? Por leer hemos leído que la malvasía es un árbol en peligro de
extinción, que la energía eólica produce vertidos tóxicos o que los pararrayos
radiactivos causan –sin duda-- leucemia infantil. Errores similares son
inconcebibles en unas páginas de economía (¿se confunde PIB con renta per
cápita?), deportes (¿es lo mismo un penalti que un fuera de juego?) o política
(¿el Senado y el Congreso son la misma cosa?).
Los
problemas ambientales (que cada vez preocupan a más amplios sectores de
población por sus repercusiones en todos, o en casi todos, los órdenes de la
vida, y en particular por su incidencia en el propio modelo de desarrollo, que
es como decir en el propio corazón del sistema) requieren de un análisis
en el que, necesariamente, debe incorporarse la perspectiva científica, por más
que esta pueda, y deba, enriquecerse con otras miradas, como las de las ONGs
que, entre otras cosas, aportan la necesaria pasión, el sentimiento, a
cuestiones que en manos exclusivamente de la ciencia aparecerían frías y hasta
deshumanizadas.
Y
si su análisis requiere de la perspectiva científica, su solución pasa,
obligatoriamente, por las diferentes instancias administrativas que son, en
definitiva, las que ejecutan las políticas ambientales, y en el diseño de las
mismas participan, asimismo, una notable nómina de técnicos y especialistas en
múltiples disciplinas. Sin embargo, y aquí está la paradoja, con demasiada
frecuencia, insisto, el medio ambiente, los problemas ambientales, suelen
presentarse en algunos medios informativos como una cuestión “acientífica”.
Esto ocurre sobre todo en los medios generalistas, los que van dirigidos a un
público variopinto, no iniciado, interesado en todo y en nada.
En
un erróneo intento de simplificación se evitan aquellos aspectos que, aunque
relevantes, el periodista interpreta que no pueden ser entendidos por los
receptores. En realidad, lo que se oculta detrás de esta estrategia, por la que
algunos problemas ambientales se convierten en asuntos casi “mágicos” (se
ignoran causas y consecuencias), lo que se oculta es nuestra propia incapacidad
para interpretar la información que recibimos de las fuentes y trasladarla, en
un lenguaje riguroso pero asequible, a los receptores. Y la magia, y los
sucesos inexplicables, los misterios que aparentemente no puede descifrar la
ciencia, solo provocan asombro o angustia, dos actitudes paralizantes que no
invitan a elaborar una imagen crítica, y comprometida, de lo que ocurre a
nuestro alrededor.
A
veces, cuando nos quejamos del deficiente tratamiento que ha recibido un tema
ambiental en un determinado medio de comunicación, ignoramos que, quizá, el
periodista no haya podido acudir a las fuentes más cualificadas o que éstas no
le han facilitado el trabajo. Con demasiada frecuencia, y por distintos
motivos, esas fuentes, imprescindibles, no están a disposición de los
comunicadores, y, así, encontramos:
§ Especialistas poco acostumbrados a trasladar sus
conocimientos al gran público no especializado - Especialistas que viven al
margen de las repercusiones sociales de su trabajo.
§ Especialistas temerosos de entrar en polémicas que
invaden el pantanoso terreno de la política.
§ Especialistas que concentran sus esfuerzos en
aquellos canales de divulgación rentables para su propio curriculum, canales
restringidos únicamente a la comunidad científica.
§ O, sencillamente, especialistas que desconfían de
los periodistas, seguramente escarmentados por alguna experiencia traumática
vivida en el pasado Pero el problema no siempre está en las fuentes, en los
científicos o los técnicos.
En otras ocasiones es el periodista el que carece
de los instrumentos adecuados para enfrentarse a este tipo de información,
empezando por las dificultades que se le plantean a la hora de identificar
fuentes realmente cualificadas, productivas y fiables, cayendo en la trampa de
los muchos “agoreros” que han surgido en torno al llamativo mercado de lo
ecológico. A lo que no tiene rigor científico se le otorga tal condición con
suma facilidad.
En otras ocasiones, los periodistas no saben
traducir la jerga científica a un lenguaje apto para todos los públicos, y caen
en la trampa de reproducirlo tal cual, haciendo lógicamente feliz al informante
(que no podrá quejarse de que sus palabras han sido tergiversadas), pero
dejando “patidifusos” a los receptores.
Nada habría que objetar si el texto hubiera
aparecido en una revista especializada o formara parte de un manual para
hidrogeólogos, pero un periodista difícilmente puede defender este tipo de
redacción como asequible y comprensible para la mayoría de los receptores. Y,
para colmo, en numerosas ocasiones pasan como ciertos contenidos absolutamente
falsos, o cuando menos parciales, por la expresión, el tono, la convicción, el
lenguaje, los gestos... de quien nos hace llegar el mensaje. Es decir, los
sentimientos, las “tripas”, por encima de la razón.
Es como el médico que
fundamenta su autoridad, y el respeto que le debe el paciente, en el uso de un
lenguaje absolutamente indescifrable. Volvemos, así, a los sucesos mágicos a
los que me refería antes, los sucesos que provocan asombro o angustia.
La
información ambiental es, debería ser, una información de “procesos”, aunque la
chispa que encienda la noticia sea un suceso, y, por tanto, exige cualificación
en los profesionales que la abordan y también seguimiento, un lujo solo al
alcance de los grandes medios de comunicación o de que aquellos que, sin ser
muy grandes, han terminado por convencerse de la rentabilidad informativa y,
por tanto, social, de una información científica, de una información ambiental,
de calidad.
Pero aun suponiendo que todo el proceso se haya cumplido de una
forma razonable, es decir, que hayamos podido identificar una noticia ambiental
relevante; que hayamos convencido al redactor jefe para que compita con el
resto de la oferta informativa en unas condiciones de igualdad; que hayamos
sido capaces de acudir a las fuentes más fiables, interpretar su información y
trasladarla a un lenguaje asequible... aún así, todavía habría que sortear unos
cuantos obstáculos.
El primero es el que impone la propia naturaleza y
estructura del medio en cuestión (algo que ignoran, lógicamente, la mayoría de
los receptores). Y les pongo el ejemplo de un informativo de TV, en los que
vengo trabajando desde hace algunos años. Siendo su audiencia tan amplia y
heterogénea, y debiéndose la TV a la tiranía del tiempo como ningún otro medio
(la noticia-tipo raramente rebasa los 45 segundos de duración), aparecen
algunas reglas de uso peculiares. Por ejemplo, solo hechos relevantes pueden
tener difusión, lo que con lleva el riesgo de caer en el catastrofismo, y, además,
debe hacerse un esfuerzo de síntesis ideográfica y de lenguaje, lo que obliga,
en cuestiones tan complejas como las ambientales, a una simplificación, con
frecuencia, “peligrosa”.
Por último, también abundan los casos en los que
la información ambiental está consagrada a objetivos de tipo persuasivo
(publicidad). Tras una falsa divulgación se enmascaran las intenciones
inmovilistas de aquellos sectores que, precisamente, se dedican a la
explotación irracional del medio natural. Cada vez son más frecuentes las
empresas que manifiestan unos dudosos compromisos medioambientales o que
rotulan sus productos con la tranquilizadora, y poco fiable, etiqueta
ecológica.
En algunos medios podemos encontrar, incluso, una visión parcial
y mediatizada por los servilismos políticos y económicos a los que están sujetos
tanto las empresas informativas como los propios profesionales de la información.
Hay que tener en cuenta que los problemas ambientales son deudores, en su
práctica totalidad, de unos modelos de desarrollo económico poco respetuosos
con la conservación de los recursos naturales y, lógicamente, de las corrientes
políticas y económicas que los propician. Por tanto, estos poderes fácticos
de la degradación ambiental (que también lo son, en algunos casos, de los
medios de informativos) pueden enturbiarnos la visión de la realidad.
Por
todo ello, es particularmente interesante crear los canales adecuados para
posibilitar la intervención directa del receptor en el proceso comunicativo,
desplazándolo así de un esquema que lo relega frecuentemente a ser un mero
sujeto pasivo que recibe el bombardeo de una sobrecarga informativa.
Como conclusión a esta serie de apuntes sobre lo
que no debe ser el tratamiento de la información ambiental, podemos afirmar que
la complejidad de los problemas ambientales, tanto en la clarificación de sus
causas como en la explicación de sus consecuencias, exigen de todo informador
una actitud responsable.
Es lo que algunos han dado en llamar periodismo en
profundidad, aplicable a cualquier tipo de información, no solo ambiental.
Entendida de esta manera, la labor del periodista debería comenzar por la
documentación exhaustiva sobre el hecho en cuestión (noticia), con intervención
en todas las fuentes útiles (y no solo acudiendo a la información convocada
o a las cómodas referencias institucionales), y seguir con una narración en la
que no falten los antecedentes y las consecuencias, así como los actores
implicados.
De esta manera es casi
inevitable terminar haciendo una valoración crítica del hecho, después de
haberlo insertado en su contexto adecuado, de forma que vaya de lo global a lo
particular y viceversa o, si se prefiere, de lo universal a lo local y
viceversa.
En definitiva, y este
es el gran reto al que nos enfrentamos todos los días los que hemos elegido
este oficio, humanizar la información, escribir de tal modo que la
noticia tenga sentido para el receptor. Es decir, implicar al receptor y
hacerlo partícipe de aquella realidad de la que somos simples intermediarios.