Hemos hecho un diagnóstico de la situación, seguido de
unas consideraciones generales que nos permiten ir vislumbrando en qué
problemas y con qué criterios podemos centrar nuestra acción
educativo-ambiental. Pero es bien cierto que ésta no puede quedarse en una
simple denuncia o análisis de las situaciones de desequilibrio que padece el
planeta, ni siquiera en el enunciado de nuevos planteamientos que orienten
sobre las transformaciones necesarias para “virar” nuestra trayectoria sobre
él.
Se requiere algo más: propuestas de tipo alternativo que nos permitan no
sólo vislumbrar, sino ensayar y “tocar” nuevos comportamientos y formas de vida
más acordes con el equilibrio ecológico y la solidaridad inter e
intrageneracional.
Desde esta perspectiva, algunas formulaciones pueden
orientar nuestra tarea educativa:
§ Armonía entre los seres humanos y entre éstos con
otras formas de vida. Pareciera que ambos
planteamientos difieren y, sin embargo, en la práctica no sólo son
complementarios sino que se requieren el uno al otro para su realización. En
efecto, no es posible la solidaridad con la naturaleza, con el resto del mundo
vivo, si de un modo coincidente los seres humanos no nos planteamos de forma
radical y profunda la solidaridad intraespecífica.
El problema es, seguramente, por dónde empezar, y cómo
plantear esta visión alternativa (la de dos tipos de armonía que se suponen y
realimentan) desde la E.A. En este punto conviene decir que, como siempre, los
caminos son abiertos y las posibilidades diversas. Seguramente para algunos
grupos de corte conservacionista, será más fácil comenzar por la práctica de la
“fusión” del ser humano con la naturaleza para, desde ahí, intentar favorecer
esa misma fusión con sus coetáneos.
Para otros grupos, que trabajan más
centrados en el campo del desarrollo, el camino puede ser inverso. Pero lo
esencial es que unos y otros han de establecer puntos de convergencia que
permitan que la E.A., en su conjunto, aparezca como un movimiento integrador
que plantee como alternativa la de un mundo de solidaridad intra e inter específica.
§ Profundización en la idea de “calidad de vida”, abandonando definitivamente su falsa identificación
con el “nivel de vida” que, medido a través de indicadores cuantitativos, no
alcanza a dar cuenta de toda la riqueza y matices que serían necesarios.
Calidad de vida entendida desde la perspectiva de “ser más” y no desde la de “tener
más”, orientada fundamentalmente a la recuperación de los valores esenciales
para la felicidad humana (armonía y equilibrio en el uso del entorno, en las
relaciones con los otros, en el desempeño de las propias tareas, en la
organización de los núcleos familiares, sociales, etc.).
§ Mayor conciencia en la conducta personal y social
sobre el uso de los recursos, replanteando, desde el
Norte, el concepto de “necesidades” (que frecuentemente se identifica con lujos
innecesarios) y ayudando a las comunidades del Sur a definir sus necesidades no
por la imitación de los patrones consumistas del Norte, sino de acuerdo a
nuevos esquemas interpretativos en los que definitivamente se abandone el
hedonismo consumista y se rescaten los viejos y permanentes valores de la
comunicación, la creatividad, la vivencia del entorno natural, etc., como
elementos sustantivos de la felicidad humana.
Bien entendido que para adoptar
estos valores se requiere tener satisfechas las necesidades básicas esenciales
(alimento, vivienda, educación, trabajo, etc.), pero que en su mera
satisfacción no deben considerarse cubiertos los requerimientos de una verdadera
calidad de vida, aunque a veces las sociedades consumistas del Norte parecieran
convencernos de ello.
En sí, la Educación
Ambiental No Formal, dentro del sistema, cumple un papel complementario
esencial a la Educación Ambiental Formal, en la prevención, defensa y
mejoramiento del ambiente, dirigido tanto a una población escolarizada como no
escolarizada involucradas en actividades de desarrollo social, académico,
político y cultural de la colectividad. La Educación Ambiental No Formal se
determina en consecuencia por la realidad de vida de la gente y por su
participación por mejores condiciones y calidad de vida.
Finalmente, la
Educación Ambiental no Formal, por sus propias características, es la
transmisión, sea planificada o no, de conocimientos, aptitudes y valores
ambientales, fuera del Sistema Educativo institucional, que conlleve la
adopción de actitudes positivas hacia el medio natural y social, que se
traduzcan en acciones de cuidado y respeto por la diversidad biológica y
cultural, y que fomenten la solidaridad intra e intergubernamental.
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