lunes, 6 de junio de 2016

CIUDANO-EDUCANDO AL CIUDADANO-PARTICIPE


Como he comentado líneas arriba, la evolución del movimiento ambientalista corre pareja al fortalecimiento de la sociedad civil que, también en las últimas décadas, ha ido conquistando espacios de participación y adquiriendo mayor protagonismo en las sociedades democráticas –e, incluso, a duras penas, en las que no lo son–, y reivindica modelos de vida más acordes con los requerimientos de un pla­neta que sufre una grave crisis ecológica y social.



En el terreno específico del ambien­talismo, muchos de estos movimientos, ONGs y asociaciones han desempeñado –y desempeñan– un papel fundamental para impedir que los avances de la economía neoliberal depredasen y destruyesen defi­nitivamente ecosistemas de alto valor ecológico, comunidades indígenas, culturas en peligro de extinción... Tales propues­tas han tenido, en general, dos frentes bien relacionados que se han alimentado recíprocamente: la acción transformado­ra (reivindicaciones ecologistas, buenas prácticas de las administraciones locales, cooperación norte-sur...) y la educación (granjas escuela, aulas de naturaleza, cen­tros de educación ambiental...).



No es posible hablar de las acciones del movimiento ambientalista sin com­prender que están íntimamente asociadas al esfuerzo de divulgación y concientiza­ción que, al mismo tiempo, la educación ambiental ha desarrollado, en muchos casos, desde la educación formal (univer­sidades, institutos, escuelas...), pero tam­bién usando el poderoso instrumento que constituye la educación ambiental no formal, que ha permitido llegar a amplios colectivos ciudadanos.

Si la educación no formal siempre tuvo su sitio en la sociedad, no parece aventurado afirmar que los problemas ambientales y los movimientos asociados a su solución fueron el caldo de cultivo más fecundo para la expansión de los métodos y prácticas no formales, para hacer de ellos un verdadero instrumento de cambio.

Como antes comentaba respecto a la educación ambiental, esta potencialidad de las estrategias no formales ya estaba presente tiempo atrás en su propia enti­dad concientizadora y difusora de cultu­ra. Pero será también ahora, a partir de la década de los 90, cuando tal potenciali­dad tome cuerpo y se haga efectiva en los contextos sociales, sobre todo en la escala local, y permita que este movimiento sea un fermento social de primer orden.

En efecto, los programas no formales facilitan en gran medida la selección y la adaptación de los contenidos a los territo­rios donde han de desarrollarse y a los sujetos a los que se dirigen, lo que hace que, en este caso, puedan incidir sobre las conciencias y las conductas ciudada­nas, no sólo para orientar las modalida­des de consumo (enseñar a consumir los bienes de la Tierra), sino también, y esto es muy importante, para educar en el no consumo (enseñar a valorar la escasez y finitud de los bienes colectivos). 

Al mismo tiempo, estos mensajes se completan con la confrontación entre despilfarro y esca­sez que caracteriza las relaciones norte­-sur y que plantea la necesidad de realizar urgentes ajustes en uno y otro ámbito.

Así, la experiencia de crear escuela sin escuela se va abriendo paso, con difi­cultades, de la mano de muchos educado­res ilusionados que intentan construir un modelo flexible de calidad, que fomente la diversidad y las diferencias, y que sea revisable periódicamente, gracias al reco­nocimiento explícito de que “no todo vale en educación ambiental”.

La educación ambiental no formal, expresión de un vínculo y de una necesidad

De este modo, y en este amplio conjunto de movimientos organizativos, se va cons­tituyendo la educación ambiental no for­mal como expresión de un vínculo y de una necesidad. El vínculo establece, en primer lugar, la inextricable relación entre nuestro movimiento educativo y el desarrollo sostenible que necesitan las sociedades de nuestro tiempo. 

Esto orien­ta necesariamente los procesos de educa­ción ambiental no formal hacia los pro­blemas locales, nacionales y globales que tienen que ver con la “sostenibilidad” (consumo y gestión de bienes naturales, modelos energéticos, tratamiento de la biodiversidad, respeto por las culturas autóctonas...). 

Por otra parte, la necesi­dad nos habla de la urgencia del cambio y del importante papel que este tipo de educación tiene para concienciar acerca de los valores que reorientan las propias necesidades humanas, las modulan, y las aproximan a los límites del ecosistema global y a los principios de equidad.

En cuanto a las fórmulas para alcanzar tales objetivos, parece obvio que la educa­ción ambiental no formal no debería copiar los modelos escolares, sino, más bien, construir dinámicas de aprendizaje distintas, complementarias e incardinadas en la vida real. Como advierte Tonucci, la imagen que puede permitirnos reflejar esta idea no es, por tanto, la del programa o el texto, que poseen una lógica pre constituida y un orden secuencial rígido, sino el “hipertexto”, que permite al usua­rio construir una trama personalizada. Este tipo de proyecto no responde a una idea ya establecida del medio ambiente, sino a la posibilidad de que puedan hacerse distintas lecturas de una propues­ta o realidad dada.

Como consecuencia del desarrollo de estos procesos, un amplio colectivo de ciudadanos resulta beneficiado, entre ellos, algunos de los grupos a los que per­tenecen las llamadas personas-clave (pla­nificadores, gestores...), cuya formación ambiental resulta imprescindible si se quiere realizar una correcta gestión de los recursos y atender a las demandas de los colectivos ciudadanos. 

Del mismo modo, aquellos que han de tomar las decisiones, sobre todo, a escala local, comienzan a asistir a cursos y seminarios sobre temas ambientales, muchos de ellos organizados en los centros de educación ambiental y las aulas de naturaleza, que desempeñan así un papel significativo en la difusión de una cultura ambiental entre los profesionales que han de tomar decisiones de alto impacto ambiental –ya sea éste positi­vo o negativo.


Consciente de la importancia de este movimiento y de su relevancia para la extensión de la conciencia ambiental que, en nuestras sociedades, se generaliza cada vez más, creo necesario detenerme en el análisis pormenorizado de su alcan­ce, sus objetivos y sus estrategias, así como de las líneas de pensamiento y acción que lo guían.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

MUY BUENA