sábado, 11 de junio de 2016

TRATAMIENTO DE LA INFORMACIÓN AMBIENTAL


Nos hemos referido anteriormente a la cantidad de información ambiental que ofertan los medios españoles, advirtiendo una escasa variación en los últimos años o, en todo caso, un cre­cimiento que no se corresponde con la presencia que estas cuestiones tienen en el ámbito so­cial. Si hemos señalado algunas modificaciones en la naturaleza de los medios que la ofertan (el caso de la irrupción de los periódicos económicos) y, lo que es más importante, una cierta evolución en el tratamiento de este tipo de noticias.

¿Que tendencias en el tratamiento de esta información hay que invertir y, de hecho, ya se está haciendo tímidamente? Quizás lo más preocupante en el tratamiento de la información ambiental sea la atención desmesurada a los sucesos y el olvido sistemático de los procesos, y esto es algo común a prensa, radio y televisión. 

Cuando Greenpeace se dio a conocer, entre los periodistas solía elogiarse la estrategia que utilizaba para atraer a los medios de comunicación. Si se trataba de salvar a las ballenas consistía en colocarse, como barrera humana, entre el ani­mal y el arponero. Esta acción, Greenpeace la comparaba con romper un huevo. 

A partir de allí, captada la atención, había que comenzar a elaborar la mayonesa, y lo difícil era seguir remo­viendo los ingredientes hasta conseguir el efecto deseado sin perder la atención de los medios. Pues bien, desgraciadamente, muchos no han conseguido pasar todavía del huevo roto: ni sa­ben de dónde procede el huevo ni les interesa el final que tendrá.

Una queja frecuente en medios ecologistas y conservacionistas se refiere al tratamien­to que se le da a los incendios forestales en los medios de comunicación. “Los periodistas”, suele decirse, “solo se interesan por éste problema durante la campaña de verano y, además, su única preocupación al abordar una noticia de este tipo es saber el número de hectáreas quemadas”. 

En muchos casos, señalan estas voces críticas, pasa inadvertida la compleja realidad socio económica que se vive en algunas de las comunidades afectadas por incendios, realidad que constituye la raíz misma del problema. Este puede ser un buen ejemplo del suceso por encima del proceso.

Dicho de otra manera, ha sido frecuente y todavía lo es, una clara tendencia a la superfi­cialidad a la hora de tratar informaciones de tipo ambiental. Es habitual que en estos casos se preste una atención desmesurada a elementos subalternos de la información, con descuido de los elementos principales. 

Básicamente, esta intrascendencia se manifiesta en ignorar las co­nexiones y efectos que determinados problemas ambientales tienen sobre el medio humano, quedando reducidos a conflictos más o menos coyunturales y, a veces, hasta anecdóticos. Este tipo de información superficial, si bien puede impactar en el receptor, no favorece en la formación de actitudes positivas hacia el medio ambiente, no lo implica en los problemas ambientales y, por consiguiente, no lo motiva para que participe activamente en su resolución.

Volviendo al ejemplo del huevo y la mayonesa, en otros casos la rotura del huevo solo sirve para abrir paso a una catástrofe de dimensiones incalculables y, lógicamente, de soluciones fuera del alcance humano. Es el “catastrofismo”, otra de las características con las que suele abor­darse la información ambiental. 

En algunas ocasiones, cuando desde un medio de comunica­ción se nos habla del problema de la disminución de la capa de ozono, se nos ofrecen las últi­mas y alarmantes mediciones sobre el cielo antártico, y a continuación se detallan los catastró­ficos efectos que sobre la vida en la Tierra tiene el fenómeno. Estoy seguro que la lectura que este tipo de información tiene en muchos receptores es la siguiente: estamos sometidos a un poder exterior a nosotros mismos, casi sobrenatural, sobre el cual no podemos ejercer ningún control, por lo tanto solo nos cabe asombrarnos o angustiarnos pero en ningún caso actuar, porque, ¿que podemos hacer nosotros?

Sobrevalorar los efectos que determinadas acciones pueden tener sobre el medio ambien­te, presentándolos como irremediables y de difícil, sino imposible, solución, solo conduce a la angustia. Esto es particularmente grave cuando se convierte en una estrategia de la propia ad­ministración o de los grupos ecologistas, fundada en la creencia errónea de que así se consigue una mejor respuesta social.

Finalmente, termino diciendo sobre lo que no debe ser el tratamiento de la información ambiental, podemos afirmar que la complejidad de los problemas ambientales, tanto en la clarificación de sus causas como en la explicación de sus consecuencias, exigen de todo informador una actitud responsable. 

Es lo que algunos han dado en llamar periodismo en profundidad, aplicable a cualquier tipo de información, no solo ambiental. Entendida de esta manera, la labor del periodista debería comenzar por la documentación exhaustiva sobre el hecho en cuestión (noticia), con intervención en todas las fuentes útiles (y no solo acudiendo a la información convocada o a las cómodas referencias institucionales), y seguir con una narración en la que no falten los antecedentes y las consecuencias, así como los actores implicados.

De esta manera es casi inevitable terminar haciendo una valoración crítica del hecho, después de haberlo insertado en su contexto adecuado, de forma que vaya de lo global a lo particular y viceversa o, si se prefiere, de lo universal a lo local y viceversa. En definitiva, y este es el gran reto al que nos enfrentamos todos los días los que hemos elegido este oficio, humanizar la información, escribir de tal modo que la noticia tenga sentido para el receptor. Es decir, implicar al receptor y hacerlo partícipe de aquella realidad de la que somos simples intermediarios.


La formación ambiental de los profesionales del periodismo debe ampliarse en la formación académica que reciben los estudiantes, pero también en la formación contínua de los periodistas en ejercicio, a través de actividades de reciclaje, seminarios, encuentros, etc.

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